Por Mayra Lamotte Castillo
Aunque mi hijo Aliesky no tuvo la dicha de conocer a su tío Ramón, se siente orgulloso cuando le dicen que sacó su mismo carácter, pues era un muchacho jovial, sensible, bailador de cuanto baile existiera,
–sobre todo, de las ruedas de casino– y responsable en su trabajo: laboraba como técnico veterinario en la entonces granja pecuaria La Caoba, en Isla de la Juventud.
A Ramón Fernández Jauriga le faltaban solo tres días para concluir el Servicio Militar General cuando dio el paso al frente para cumplir misión en una nación africana, porque “ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad”.
Partió para Etiopía el 25 de diciembre de 1977 y al otro día cumplía 23 años. Sin apenas llegar al mes de su estancia allí, cayó en combate en un enfrentamiento al enemigo a la entrada de Yiyiga, el 22 de enero de 1978.
Con el paso del tiempo, para la familia las lágrimas devinieron veneración y siempre halla motivo para mantenerlo vivo, en la fibra más íntima de su corazón.
Es que en Cuba los muertos son sagrados. Perviven en los pétalos de las flores, en una carta amarillenta doblada dentro de un cofre, en un mensaje escrito para la madre en un pañuelo en medio del fragor de la guerra, en los nombres de sus descendientes, en los retratos colgados en las paredes de las casas, en los sitiales de las escuelas, en los murales de los centros de trabajo, de las cooperativas y de los barrios.
Los restos de Ramón, como el de los miles de internacionalistas caídos en misiones en África, fueron trasladados a la Patria el siete de diciembre de 1989 en la Operación Tributo para darles sepultura en los Panteones de los Caídos, acondicionados en cada uno de los municipios del país, y recibieran el tierno beso y adiós de sus familiares, amigos, vecinos y todo un pueblo.
La Operación Tributo se hizo coincidir entonces con el aniversario 93 de la caída en combate del Lugarteniente del Ejército Libertador Antonio Maceo Grajales y su ayudante el capitán Panchito Gómez Toro, hijo del General mambí Máximo Gómez.
Desde entonces cada siete de diciembre las cubanas y cubanos recordamos a quienes con su sangre abonaron la causa de la independencia en otras naciones. Poseen el más exclusivo de los privilegios no ser olvidados jamás.
Los cubanos no olvidamos los acontecimientos ocurridos donde nuestros hijos derramaron su sangre, eso es ejemplo para continuar la lucha, que no siempre es a costa de la vida, aunque si fuera necesario se ofrenda, pero sí con las ideas esas que dicen la verdad, sobre todo ahora que estamos gritando al mundo la injusticia con Cinco Héroes que permanecen en cárceles de Estados Unidos y a los que la opinión internacional de todos los amigos deben influir para que acaben de estar con sus seres queridos.
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